viernes, 23 de septiembre de 2011

El viaje a ninguna parte

Últimamente no es que haya sido muy activo con el blog, y no significa que no haya hecho cosas de interés para el querido lector de elpasochungo, pero es que la verdad es que lo único que me apetecía escribir tenía más que ver con la "dictadura de los mercados", con el egoísmo del ser humano, con la falta de solidaridad, de conciencia social, etc, etc, pero la verdad es que eso no era tema del pasochungo y además me deprimía un poco.

Afortunadamente no hay nada mejor que realizar un "viaje a ninguna parte" para darte cuenta de que lo importante es el viaje y no la parte.

Este último puentecillo he tenido el privilegio de poder volver a visitar los barrios bajos del planeta, hacía mucho que no me dedicaba a esta actividad, algo así como desde la última vez.

Hemos tenido el placer de que los octavogradistas de la espeleo nos dieran un paseillo por los barrios bajos. Vamos, que nos han llevado a hacer como un IV+ de esos facilones.

El exterior es simplemente magnífico ese contraste verde y blanco que recuerda a los dolomitas, pero en un lugar mucho más intimo sin hordas de senderistas, de turistas, de "montañeros" que te rodeen.

Son paisajes hostiles para el senderista, ¿sendero, que sendero? Aquí todo son agujas de roca y no te descuides que te cuelas por una sima y bajas más rápido de lo que te gustaría.


Es un paisaje digno de la comarca más propio de hobbits y seres fantásticos que de seres humanos.


Una vez dentro de la cuevecilla, es todo silencio y oscuridad. Y solo nuestras potentes y modernas luces nos permiten darnos cuenta del paisaje que nos rodea. Un pequeño trípode y no tener prisa nos permite tomar alguna que otra foto de las galerías. 


Desde luego el espeleólogo es un tipo extraño. Alejado de los convencionalismos tradicionales de la escalada, nunca le verás vestir ropa de marca, ¿que es eso de ir vestido todo de North Face? No le verás preocupado por enseñar su torso moreno y musculado al resto de escaladores que le rodean. La dificultad no le importa, solo le importa descubrir, explorar, con una curiosidad tremenda por lo que habrá un poco más allá. Es más, me se de alguno que puede estar tres días dentro de la cueva y no lavarse ni las manos.
En este lugar, que es ninguna parte, lo que manda es la humedad, el barro, la oscuridad y el silencio, el EGO normalmente no suele acompañar en estos viajes.
 El espeleólogo cuando está andando por el exterior siempre lleva un montón de piedras en la mano, donde, cada piedra es una ilusión. La ilusión de arrojarla por una sima y desear que su sonido al caer dure muchos, muchos segundos y se oiga retumbar anunciando la existencia de grandes galerías y pozos.
 De ojos medio cerrados, cual topillo, y olfato muy desarrollado, siempre anda atento a cualquier brisa que pueda indicar la existencia de una cueva próxima. La más mínima corriente de aire pone sus orejas de punta y sus sentidos alerta.
 Las barritas de incienso, es otra cosa que no puede faltar en ese viaje a ninguna parte. Ese sutil olor, esa leve nieblecilla indicará la dirección de la corriente de aire, esa corriente que el espeleólogo seguirá siempre en busca de nuevos mundos sin explorar.
 No hay paso estrecho que le detenga, si su olfato o su oído le dicen que al otro lado hay una galería más grande no dudará en quitarse el árnes, el casco y hasta los calzoncillos si hace falta para poder pasar. Y si por ahí no puede pasar, se pondrá nervioso, y cual topillo hiperactivo, andará arriba y abajo buscando entre bloques un sitio por donde pasar.
Nunca llevará unos guantes Black Diamond de goretex, con primaloft, cierre rápido, ajuste perfecto, etc. Lo normal será verle con guantes de goma comprados en una ferretería, llenos de barro y seguramente con algún agujero.
Y llegados a la salida, es como despertar de un sueño, la luz intensa en los ojos te molesta, pero te alegra saber que todo está igual que estaba antes de entrar. Estás fuera pero estás deseando volver a estar en ninguna parte.